El Blog de alukini

Proyecto de Escritora

Apropiación


Con la ilustración de Juanimator, del colectivo Cliocomics!


No puedes ver que se encuentra a tu lado.

No tienes manera de conocer su rostro.

No puedes escuchar su voz.

No percibes su olor.

No sabes.

Caminas por la calle, sin nada que contar, sin un fin justificado que te haya motivado a andar.

Se halla a tu lado y si no te desplazas en el espacio, por consecuencia, él tampoco lo hará.

Te miras al espejo, sin saber que, a través de tus ojos, te miran.

Te duermes pensando en la mañana y por la eternidad de la noche, eres único objeto de contemplación.

Hace un tiempo te invade el cansancio, en mayor cuantía de lo que acostumbras, pero nada te sorprende o te causa interés suficiente, para querer indagar en orígenes, motivos y porqués.

La piel se te hace más fría y translúcida.

Sales a la calle, caminas sin saber tu destino, simplemente por mantener el ritmo, que al parecer tus pies anhelan.

Los seres que recorren la ciudad a tu lado, están tan cerca, pero no te conocen. Algunos te observan y cuando tú retornas la mirada, también puede hacerlo él.

No lo sientes. O, no lo sientes tan claramente.

De pronto los sabores se tornan menos intensos. Tus golosinas preferidas, ya no te embriagan en su dulzor.

Te sientes agotada. Aturdida y desmotivada, pero no dejas de moverte.

No puedes detener el deseo de caminar y caminar. Así que, lo haces.

Es de noche. Una noche infinita y estrellada.

Y sin saber el momento en que el hilo tenso del control se rompió, te entregas a un suave susurro seductor, abrazador, que te lleva a la perdición.

Paso tras paso, el aroma de la oscuridad se intensifica.

Las luces hipnóticas, te enceguecen, más coloridas que nunca. Y tu centro de gravedad se remece con la intensidad precisa, para que te sientas libre y confundida.

De pronto, puede acelerar el paso.

Una corriente sube y recorre tu cuerpo, revitalizándolo y desbordándolo de calor.

El viento raspa tu piel, revuelve tu cabello largo y acaricia tus oídos.

Sientes.

Oyes.

Ves.

Cuando cierras los ojos y vuelves a abrirlos, ya no eres la misma.

Sabes que no estás sola y que queda poco de ti.

Contemplas tus manos, que son ahora sus nuevas manos.

Su voz, tu voz, no es demasiado profunda para su preferencia, pero es aterciopelada.

Te detienes, cuando oyes una música palpitante a la distancia, e instintivamente, te pones la mano contra el pecho.

Ahí está. Corriendo. Aterrado, por una parte y un tanto extasiado. Cediendo.

Renaciendo.

Te aproximas al sonido.

Entre la multitud, te puedes camuflar, te puedes fundir y te puedes perder.

Te sumerges en la vibración, entregándote del todo.

Tu cuerpo se contornea, se extiende y se estremece.

Das giros, saltas y de pronto estás rodeada de otros seres con la mirada perdida, pero tibieza en la piel.

Se juntan, se abrazan, se huelen, se tocan.

En sincronía, continúan danzando hasta estallar.

Suspiras profundo.

Y con ojos de lince, emprendes nuevamente tu camino.

Nadie lo sabrá, cuando llegue el amanecer. Pero tú, sí. Tú, lo sabrás de por vida.

Regresas a tu hogar.

Todo parece normal.

Te miras al espejo, sin sentir esa sombra tras tus ojos.

Solamente eres tú, ahora.

Es él quien prevalece.

Sonríes en el espejo. Sonríes para ella. En un perverso agradecimiento, para aquella a la que se lo debes todo.

 

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