El Blog de alukini

Proyecto de Escritora

Arcilla

La atmósfera se percibía caótica.

Todos estaban tan acelerados, que no podía evitar mirar constantemente a su alrededor y a sus espaldas, como si deseara asegurarse que nadie la estuviese siguiendo.

Era necesario hacerlo. No tenía otra opción. Se lo repetía, en un círculo interminable, mientras abrazaba con fuerza, los víveres contenidos en una bolsa de papel.

Sabía que era peligroso salir cuando caía el sol, pero sus hermanos dependían de ella. Contaban con ella.

Se sentía bendecida, puesto que había logrado encontrar verduras frescas y unos pocos huevos, contra todo pronóstico y toda lógica adversa reinante.

Probablemente, más de la mitad de las personas que la rodeaban, no habían tenido el placer de saborear aquellos alimentos en meses.

Sabía, que cargaba un tesoro.

Un paso tras otro, sin detenerse.

Podía visualizar las sonrisas de sus hermanos, cuando supiesen que la cena no provendría de una lata, por los próximos días.

Iba a buen ritmo. Segura y atenta.

Se encontraba pasando frente a una antigua librería, visible y tristemente ultrajada, cuando la tierra bajo sus pies comenzó a vibrar.

Encontró su equilibrio y continuó caminando.

Primero, se oyeron gritos en la lejanía, lo que la distrajo unos segundos. Y cuando los gritos se intensificaron, el velo hipnótico de lo desconocido se rompió y la trajo de vuelta a su misión.

Inmediatamente, todos los presentes aceleraron el paso.

Se produjo un silencio brusco y extraño. Entonces, con el cielo arremolinado como testigo, ocurrió un estruendo monumental.

El aire se extinguió y un gigantesco brazo invisible, abatió con todo a su paso.

El sonido expansivo, fue tan agudo, que se experimentó como una perforación violenta y rápida de los oídos, para luego remecer intensamente los sesos desde dentro del cuerpo de las víctimas.

Instintivamente y casi en contra de su voluntad, la joven contrajo su cuerpo, estremeciéndose de dolor.

No escuchaba más que una nota persistente e irritante.

Con dificultad logró entreabrir los ojos, distinguiendo a través un denso polvo gris, que su preciosa carga seguía en parte con ella, ya que todos los huevos se habían roto y algunos vegetales habían rodado por el piso.

Recogió lo que pudo, sintiendo sus dedos tensos y ardientes.

Cientos de tétricas sombras, se movían velozmente en su entorno.

Una corriente helada y el sabor de la sangre, la hicieron levantarse lo más rápido que pudo y correr, sin certeza ni orientación alguna.

Se detuvo al golpearse con una pared.

El impacto fue doloroso, pero le ayudó a escuchar algo más, por sobre el ruido tortuoso que se había convertido en su basal auditivo.

Distinguió gritos desgarradores, ruidos muy sólidos que no era capaz de interpretar y de pronto, el olor de carne rostizada, se le presentó intenso y repugnante.

Pestañeó en búsqueda de claridad y solamente logró apreciar el resplandor, de un fuego que le pareció aterrador, creciendo y acercándose, en la distancia.

Se arrastró por la pared, alargando un brazo para poder guiarse y sujetando con el otro, lo que había podido rescatar de sus compras. Las apretaba muy fuerte, contra su pecho desbocado.

Cuando encontró un vacío de solidez, en su tacto desesperado, trasladó su cuerpo y logró introducirlo completamente, en lo que se sentía como un espacio cerrado.

Avanzó a ciegas, tratando de posicionarse en un lugar seguro, que le permitiera aislarse de lo que ocurría y mantenerse oculta.

Tropezó, en más ocasiones de las que podía enumerar, se golpeó la cabeza y el torso. Se rasmilló el codo y los nudillos de su extremidad libre. Hasta que consiguió hallarse, en una atmósfera más amplia y con menos polvo irrespirable.

Apoyó la espalda, temblorosa, en una especie de estante, conduciendo cautelosamente su cuerpo al suelo, hasta conseguir sentarse. Cuidadosamente, posicionó los alimentos de su regazo, en una hilera, a su lado. Luego, palpó con ambas manos hacia atrás, hasta que agarró algo rectangular, bastante pesado.

Entreabrió sus párpados en el pequeño ángulo que le era posible, para descubrir que sujetaba un libro tan cubierto de ceniza como ella. Lo abrió, comprobando que sus páginas estaban limpias, por lo que arrancó unas cuantas, con sus manos torpes y vacilantes. Sin dudarlo, las refregó enérgicamente contra su rostro, arrastrando al menos, la especie de cemento que le impedía ver y permitiéndole, ingresar una mayor porción de aire por sus vías respiratorias.

Permaneció sentada, con los brazos caídos a los lados, sin poder mover un solo músculo. Fatigada, asustada, adolorida.

Vibraciones intermitentes, retumbaban en la palma de sus manos, posicionadas contra el piso, y soltaban partículas de polvo, del estante en que reposaba su cuerpo.

De pronto, un crujido la despertó, del sueño que jamás fue consciente de haber conciliado.

Enseguida, notó que escuchaba casi con normalidad. Siendo capaz de percibir un silencio general.

Contempló el espacio en el que se encontraba. En medio de dos estantes de madera, gruesos, pesados y muy altos. Se levantó con cautela y se aproximó hacia el que tenía adelante, tratando de mirar hacia el exterior, entre los numerosos libros empolvados.

Según lo que pudo apreciar, al menos, otros dos muebles la separaban de lo que quedaba de la entrada hacia aquella estancia olvidada.

El recuerdo y la preocupación por sus hermanos, le atravesó el pecho. Pero, cuando se iba a girar, para agarrar sus víveres y partir, divisó incontables luces movedizas. No pudiendo evitar que se le escapara un gemido, cuando distinguió un par de botas negras y el color entre grisáceo y verde oscuro, de unos pantalones acercándose.

Habían llegado.

Se apresuró por recoger sus maltratadas pertenencias y se adentró en el espacio físico, lo más que pudo.

No. No podía estar sucediendo.

Escuchó el sonido horroroso de pisadas aproximándose.

No. No, por favor.

Tenía que hallar la manera de escapar.

Sus ojos abarcaban todos los ángulos posibles, sin encontrar puerta o hueco para desplazarse a otra habitación o conseguir abandonar aquella construcción. Pero, de pronto, casi por casualidad, visualizó un agujero en el piso de madera. Suficientemente ancho para su complexión y a la vez, suficientemente pequeño, para tentar a alguien más a adentrarse allí.

No podía permitirse titubear, ya que debía aprovechar la pequeña ventaja de tiempo y distancia que aún poseía, para esperar introducirse en el agujero sin que la oyeran.

Se posicionó sobre el área descubierta, con las piernas separadas.

Apretó angustiada la mandíbula, cuando se dio cuenta que tendría que abandonar los alimentos, para entrar al espacio sin ser descubierta. De lo contrario, su aterrizaje no sería controlado y el ruido alertaría a cualquiera de su presencia.

Hubiese llorado, si sus ojos no hubieran estado tan secos.

Dejó a un lado su preciosa carga, con el estómago apretado y con muchísima delicadeza. Luego, se agachó lentamente y buscó un espacio seguro donde apoyar sus manos.

Un golpe la paralizó.

Habían pateado unos libros a corta distancia de ella.

Tenía que descender pronto.

Apretó su vientre y bajó sus piernas muy juntas, con suavidad.

Los brazos le quemaban y sentía que le estaban separando los hombros, para desmembrarla.

Cuando colgaba casi solamente de los dedos de sus manos, sintió con una de sus piernas, alargada y en punta, el roce del suelo.

Ya no soportaba la tortura de sus músculos superiores, tensos, extendidos en exceso, cargando su peso. Sin embargo, era vital que su aterrizaje fuese como el de una pluma. Por lo que raspó y desgarró sus dedos en la madera, sufriendo, hasta lograr el dichoso tacto del piso bajo sus pies.

Se alejó con rapidez, del agujero por el que había ingresado.

Se agachó en una esquina, abrazando sus rodillas, ocultando su rostro y cerrando los ojos con fuerza.

Transcurrió, lo que creía habían sido bastantes horas, cuando se atrevió a explorar el espacio subterráneo.

Era una habitación cerrada, que se percibía húmeda. Tenía paredes de algo que se palpaba como cemento, cuya continuación vertical, asumía, debían ser las paredes superiores.

No estaba segura, pero le parecía que el piso estaba formado por espacios de tierra, intercalados por algunas vigas gruesas de madera.

Aunque estaba oscuro, lograba distinguir voluminosos bultos, apilados en contra de una de las paredes. Decidió aproximarse y revisar si hallaba algo de utilidad.

Removió el polvo de la superficie y pronto descubrió, que los bultos eran baúles de variados tamaños, cubiertos por lienzos gruesos y pesados, para protegerlos probablemente de la humedad de aquel lugar.

Tímidamente, quitó una por una, las telas que los cubrían y comenzó a explorar los contenidos, de aquellos que no estaban cerrados bajo llave.

En uno de ellos, encontró un abrigo grueso y felpudo, que se puso enseguida, para confortar su cuerpo helado.

El tiempo continuaba avanzando, atenuando las probabilidades de ser descubierta.

En su momento, la joven, se vio obligada a vaciar su vejiga, para posteriormente ser abatida por el hambre que sentía, quemándola desde adentro. Pero, estaba decidida a aguardar un poco más, para asegurarse de poder salir ilesa, al encuentro de sus hermanos.

Entre el aburrimiento, la necesidad de distraerse de un cargado fatalismo y la desesperación, pronto se sumergió en un estado de ensimismamiento, consistente en la exploración detallada de los baúles.

Se sorprendió con un grupo de cartas formales y románticas. Juzgó las piezas de ropa y hasta se probó unas cuantas. Decidió conservar una bolsa de tela suave, que se utilizaba cruzada, por si lograba rescatar lo que quedara de sus víveres al salir de allí. Y no se atrevió más que a admirar unas perlas, guardadas en una pequeña caja roja, junto a su certificado de autenticidad.

Entre unos libros de tapa dura y amplios pañuelos de seda, encontró un cofre pequeño, cuya tapa era adornada por una flor hermosa, con pétalos fucsias y brillosos. Lo abrió, intrigada, y encontró en su fondo tapizado, dos frascos de vidrio, una brocha pequeña de marfil y un rollo de papel amarillento.

Desenrolló el papel, para acceder a su contenido, encontrándose con una leyenda peculiar. La que, en palabras elegantes y rimas inteligentes, describía lo que guardaban los frascos y su uso.

El recipiente más grande, contenía una especie de arcilla, entre morada y azul, que debía aplicarse sobre el cuerpo desnudo, cubriendo cuidadosamente cada espacio y todo el cabello. Además de ser preciso, salir a un espacio abierto, durante la noche, para activar sus propiedades.

El segundo frasco, conservaba una pintura densa y gris, que debía aplicarse previo a la cobertura de la arcilla de color, en pies y manos, o como mínimo en la planta de los pies y la palma de las manos, para asegurar que las zonas de mayor roce no perdieran su cobertura.

Aparentemente, al aplicarse tales materiales y salir desnudo en la noche, la arcilla se activaba y te hacía ser invisible ante cualquier ojo viviente, por al menos veinticuatro horas. Sin embargo, era de crucial importancia, cumplir las condiciones descritas, para que todo funcionase como debía.

La leyenda no era sólo explicativa, sino que destacaba una importante advertencia: en el caso de que la arcilla se desplazara, una vez activadas sus propiedades y dentro del plazo de su funcionamiento, exponiendo en menor o mayor medida, el tono natural de piel del usuario. El efecto se vería comprometido, haciendo posible el ser visualizado. Pero, lo más relevante, consistía en que si alguna persona, divisaba a quien se hallaba pintado, en esas condiciones, causaría graves consecuencias. Haciendo que la persona cubierta con la arcilla, se transformara en una terrible monstruosidad. Inevitable e irrevocablemente, por su existencia entera. Además, aclaraba, que si el ojo de otra especie, te captaba con piel expuesta, al haberse desplazado la arcilla, no ocurriría ningún mal. Solamente habiendo riesgo, al ser visto por otro humano.

Todo le pareció muy extraño y logró sacarla de su ensimismamiento.

No tenía real certeza de cuánto tiempo había pasado oculta, pero independiente de si hubiese algo de luz o total oscuridad cuando se encontrara en el exterior, sabría hallar el camino de regreso a sus seres queridos. Estaba convencida.

Empujó con animosidad el baúl más grande de la habitación, ubicándolo justo bajo el orificio por el cual había ingresado a aquel extraño espacio subterráneo. Se puso el abrigo felpudo y se cruzó la bolsa de tela clara, que había adoptado como suya, con la esperanza de poder cargar alguno de los alimentos abandonados en ella.

Antes de aventurarse a subir, volcó el contenido del cofre con la flor, en su nueva bolsa, sin saber realmente para qué. Entonces, con la ayuda del enorme baúl y la fuerza restante de sus brazos cansados, pudo llevar su cuerpo a la planta principal otra vez.

El panorama de suave claridad, la hizo deducir que se encontraba ante un nuevo atardecer. Sin embargo, podía distinguir los rostros de aquellos quienes rondaban por las calles, haciéndole pensar que, si ella podía verlos, seguramente ellos la detectarían en segundos. Por lo que era mejor aguardar y partir en la oscuridad.

El bálsamo para su ansiedad, temor, confusión, desesperanza, fue el haber encontrado vegetales que persistían en un estado decente, justo donde los había abandonado previamente. Los que guardó con ilusión y extremo cariño, en su bolsa.

Cuando al fin cayó la noche, abandonó su refugio, sigilosamente.

Sabía que tenía que rodear el edificio y podría atravesar el bosque, para lograr salir al camino pavimentado que la terminaría por llevar a su destino. Por lo que, su mejor estrategia era avanzar con la espalda en la pared, hasta alcanzar el final de esta, en la esquina que visualizaba en su mapa mental. Para luego, adentrarse en un callejón profundo, que desembocaba en un espacio corto de barro, previo al grupo de árboles centenarios.

Mientras arrastraba su cuerpo por las paredes interminables o parte de ellas y sus escombros, sentía que revivía la pesadilla que había experimentado hace tan poco.

Su corazón acelerado, la delataría, si no conseguía apaciguarlo.

Se sentía al borde del colapso, cuando la mano con la que tanteaba su camino, se agitó en el vacío.

Siguió avanzando, hasta no sentir ningún apoyo posterior y se volteó, para probar si se encontraba en el callejón que anhelaba.

Fue capaz de dar tres pasos. Luego, tres más. Otros cuatro. Siete. Siete más. Diez.

Divisó la luna y ramas altísimas, meciéndose al viento.

Suspiró aliviada y continuó, sumergiéndose hasta el tobillo, en el barro espeso. Para finalmente, alcanzar el pasto, subir un trecho elevado y encontrar los primeros árboles, dándole la bienvenida.

Con el paso acelerado y la mejor visibilidad, por la luz de luna, su viaje se hacía prometedor. Eso, hasta que debió frenar, por encontrarse con un grupo de individuos, en torno a una fogata.

Debería haberlo pensado, ya que lo espeso del bosque, lo hacía digno de puntos de vigilancia y control.

Retrocedió, sobre sus mismos pasos.

Conocía el terreno, por lo que sabía que la ruta que estaban bloqueando, era la que requería utilizar.

No podía alejarse mucho del camino o se lastimaría. Y si pasaba, más bien, por al lado del sendero, de todas formas, sería vista. Porque, el fuego al centro de la reunión, ardía con gran fuerza y luminosidad.

Esperar que los hombres se durmieran, implicaba una apuesta y gran riesgo.

Tenía que avanzar o, de igual manera, la atraparían al amanecer.

Recordó la arcilla y sus instrucciones, pero enseguida, descartó tal locura.

Esperó, como si no hubiese aguardado lo suficiente, anteriormente. Y continuó esperando.

Sus pies se estaban congelando y ninguno de los hombres parecía tener la intención de descansar.

Era preciso, que actuara a la brevedad.

Se quitó la bolsa y el abrigo, hallándose de pronto, por embarcar y depositar sus esperanzas, en la idea que probablemente, consistía en un antiguo juego infantil.

Se desnudó a regañadientes y siguió cuidadosamente, las instrucciones que ya conocía.

Primero pintó con la pequeña brocha de marfil, sus pies y sus manos, de manera muy precisa y asegurándose de que la densa cobertura gris, se secara. Posteriormente, aplicó la capa de arcilla colorida en cada centímetro de su cuerpo y todo su cabello. Luego, cubrió su bolsa con la arcilla especial, a pesar de que las instrucciones no especificaban algo acerca de objetos inertes, pero imaginando que, al no contar como vestimenta, el efecto debería ocurrir de igual forma. Eso, asumiendo que lo descrito en el papel amarillento, fuese remotamente posible.

Extrañamente, no sentía frío. Probablemente, por algún ingrediente que cumpliera la función aislante en la mezcla o por lo espesa que era la pintura en sí.

Respiro unos segundos, reuniendo la valentía necesaria.

Experimentaba un intenso miedo ante la idea de enfrentar a esos hombres. Sin embargo, el hecho de estar desnuda frente a ellos, fue un agravante que la llevó a sentir una nueva e insoportable, clase de terror.

Aunque sentía que su cordura se desvanecía, por intentar aquella jugada, sabía que no poseía más alternativas de acción. No tenía más opción que arriesgarse y confiar en las propiedades del atípico camuflaje.

Avanzó, dispuesta a rodear la fogata y no abandonar el sendero. Involucrando, que se movilizara entre los árboles, a penas a unos centímetros de las respiraciones de aquellos individuos.

Se sentía expuesta, frágil, asustada y abatida, por lo que sus pasos eran lentos.

Se acercaba a la intensidad de la luz, sabiendo que estaba por cruzar el punto de no retorno. Entonces, conteniendo la respiración, asomó primero una pierna y con extremo cuidado, logró desplazarse, hasta iluminar la mitad de su cuerpo.

Los sujetos, reían y vociferaban a gran escala. Pero, nadie parecía alertar su presencia.

De pronto, toda su existencia se bañaba por el calor fulgurante, mientras ella luchaba por seguir avanzando y no desfallecer en aquel instante.

Cuando se había posicionado en la mitad del trayecto, uno de los hombres la miró directamente a los ojos.

Estaba perdida. Moriría. Moriría y sufriría.

El hombre continuó mirándola, sin embargo, no verbalizó ni gesticuló nada.

Con la respiración acelerada y sin pestañear, siguió avanzando, hasta hallarse nuevamente, protegida por el manto de la oscuridad.

No lograba procesar el reciente acontecimiento, pero estaba agradecida de contar con la posibilidad de continuar viva y poder reencontrarse con sus hermanos.

Cuando finalmente, alcanzó el camino pavimentado que la llevaría a su hogar, los primeros rayos de sol hacían su aparición. Caminó tranquila, segura, por estar en terreno familiar.

Una vez que logró posicionarse en la vereda frente a su casa, la contempló emocionada.

Estaba por abrirse camino a la entrada, cuando se paralizó, al ver que un uniformado se dirigía hacia ella.

El hombre se aproximó rápidamente y estando a punto de rozarla, simplemente continuó su trayecto.

No podía respirar ni moverse.

Se recompuso, obligándose a terminar su travesía, estando tan cerca de experimentar un glorioso alivio.

Corrió al umbral de la casa e ingresó a su hogar, conmocionada.

El lugar estaba frío y oscuro. Lo recorrió a prisa, llamando a sus hermanos a gritos, pero sin poder encontrarlos.

No entendía y temía su ausencia.

Tras unos segundos, en que consideró sus opciones, recordó un escondite que alguna vez le había mostrado al alegre par, en un granero abandonado.

Sabía que no habían transcurrido veinticuatro horas, desde que se había aplicado la pintura y la arcilla. Y si había conseguido traerla hasta su casa, definitivamente la utilizaría para seguir buscando a sus adorados hermanos.

Emprendió velozmente, su camino.

Una mujer desnuda, cubierta por un color entre morado y azul, destellando. Corriendo por la calle. Debía ser un espectáculo descabellado.

Producto del agotamiento acumulado, que arrastraba su cuerpo, se vio obligada a caminar las últimas cuadras que la acercaban al granero. Una vez allí, se detuvo para visualizar el mejor espacio, que le permitiera vulnerar la cerca perimetral de aquella instalación. Cuando, sin quererlo, se percató de un perturbador detalle. Una línea delgada en su muñeca, enseñaba su blancura natural.

Seguramente, parte de la arcilla se había desplazado, con el roce de la bolsa que guardaba su preciosa carga, mientras corría.

No importaba, tenía que encontrar a sus hermanos. Y cuando lo hiciera, esperaría hasta que terminara el efecto de la pintura, antes de permitirles verla. Cuidándolos desde una distancia prudente.

Sonreía, al sentirse tan cerca del anhelado encuentro, cuando un grito desesperado, la sacó violentamente de su ilusión.

Giró, para encontrarse con que el autor de aquel ruido infernal, era su hermano pequeño. A quien rápidamente, se le sumó su hermanita, abrazándolo en un acto de protección.

Se acercó a ellos, con las manos alzadas, tratando de contenerlos. Sin embargo, los gritos atrajeron la atención de un par de botas negras. Cuyo cuerpo apareció, por detrás de una de las casas de sus vecinos e inmediatamente, se posicionó tras sus parientes, apuntándolos con una escopeta enorme.

Ella no pudo evitar sumarse a los gritos y correr hacia sus hermanos, para protegerlos. Sin siquiera lograr alcanzarlos, cuando el hombre jaló el gatillo.

Entonces, un intenso dolor le atravesó el muslo.

Se detuvo y apretó con sus manos la herida sangrante, entre lágrimas incontenibles, que nublaban su vista. Mientras que, los dueños de su absoluta devoción, se refugiaron aterrados, detrás del hombre en uniforme, después de que este, les hiciese un gesto sutil.

El arma volvió a estar cargada y apuntándole directamente.

Tres personas la observaban, horrorizadas, mientras la arcilla brillante, se fundía con su sangre.

Ella dirigió su mirada al pequeño espacio de piel visible en su muñeca.

Se sentía atrapada. Asfixiándose en sus respiraciones entrecortadas, en la realidad y en las posibilidades.

Desde su desesperación, surgió el impulso que la llevó a correr, deshaciendo los pasos que tanto esfuerzo le había costado efectuar.

Se alejó como pudo, de aquella escena tétrica y de sus amados hermanos.

Huyó, con la velocidad que le permitía su cuerpo apaleado y su pierna, brutalmente lacerada. Mientras, los vegetales que había cargado durante toda su travesía, caían por el suelo, despedazándose.

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