El Blog de alukini

Proyecto de Escritora

Atención al Cliente

El ya no tan pequeño, pero desde siempre ingenuo, Eric, no tenía como prever el evento que trastocaría su apacible tarde.

Joven y muy esforzado, el proyecto de hombre que era, había logrado anteponerse a las adversidades que se avecinaban con la embestida del verano. Y, contra todo pronóstico, había comprado un modelo de aire acondicionado portátil, de la marca más renombrada en el mercado, con un costo ventajoso para él y su estado financiero.

Habiendo arribado temprano a su hogar, tras otra jornada extenuante, rápidamente puso sus manos e intelecto, al servicio del armado e instalación de su aparato salvador, que lo abrazaría en su regazo de hielo revitalizante, mientras los otros seres de su entorno, arderían tortuosos, en prominentes llamaradas infernales.

Sorprendentemente, el aire acondicionado parecía funcionar de manera correcta. Ninguna pieza había sido encajada con brutalidad, ni tampoco rodaban tornillos sobrantes por el piso de la habitación.

Eric, se regocijaba ante tal logro de vida. Instalado en su sala recreativa, listo para aprovechar su tiempo libre. Siendo azotado, sacudido, violentado, por opción propia y terriblemente a gusto, por ráfagas de frescura helada, que se iban extendiendo progresivamente en el espacio.

El joven cerró los ojos, satisfecho y orgulloso. Hundiéndose en su silla ortopédica, hecha a medida. Con sus audífonos haciendo perfecto sello. Y su poderoso computador preparándose para una seguidilla de batallas sangrientas y a todo color.

Se sentía un adulto triunfante, situado en la cima, de la odisea de la vida.

Estiró sus extremidades superiores, adornando rítmicamente, un bostezo profundo. Descendió sus manos, posicionándolas delicadamente sobre el escritorio. Y el tacto de un objeto poco familiar, le causó un sobresalto.

Sus ojos abiertos, parecieron expandirse un poco más, cuando contempló frente a él, una manguera plástica, de diámetro pequeño y corta longitud.

Terror, señores. He allí, frente al desamparado, rizos de oro, de nuestra historia, una temida pieza sobrante. Y empeora, aún más, el escenario, al considerar que aquella pieza, es completa y absolutamente desconocida. Tanto así, que no hay mención alguna, ni dibujo de ella, en el sagrado manual de instalación, funcionamiento y uso.

Habiendo superado la fase de conmoción inicial, Eric, fue capaz de dilucidar dos alternativas de acción: La primera, correspondía a no realizar acción alguna. Después de todo, su aparato funcionaba adecuadamente. La segunda opción, efectivamente menos atractiva, era la de llamar al servicio técnico y consultar para qué existía esa manguera o si se trataba de una equivocación de empaque.

Durante tres exactas horas, el joven, se mantuvo fiel a su primera elección. Eso, hasta que el monstruo de las inseguridades y calamidades, lo atacó.

Todo inició con una insignificante inquietud.

Se suponía que su máquina recién adquirida evaporaba el exceso de líquido y no requería una salida para vaciarlo cada cierto tiempo.

Y luego, comenzó el ataque.

Se suponía.

Se suponía, o tal vez requiere una instalación para eliminar una escasa cantidad de líquido.

Tal vez, esa manguera sea para vaciar el líquido.

¿Dónde se instala la manguera?

Si no está puesta, ¿qué podría sucederle al artefacto?

El pobre y confundido, Eric, se vio empujado a tomar el teléfono y efectuar la tan desagradable llamada, para satisfacer sus inquietudes y poder finalmente, gozar del fruto de su arduo trabajo.

Tras agregar y quitar algún número, del sugerido en la caja del producto, más ocasiones de las que presupuestaba, logró que la línea marcara. Y se posicionó cómodo, para la dulce espera.

Transcurridos unos minutos y algo adormecido ya, con el pitido constante de llamado. El no tan entusiasta y medianamente derrotado, Eric, se enfrentó a la aparición de una contestadora automática en escena. La cual le ofrecía, a la pobre alma tras el teléfono, infinitas opciones de atención, asociadas a un número, que debía escoger y marcar, para ser derivado al área correspondiente.

A la quinta ocasión en que la voz mecánica enunciaba las alternativas, rizos de oro, pudo apretar el botón que creía adecuado. Esto, debido a que, las dos primeras veces en que la voz femenina recitó un sinfín de palabras, Eric, se dedicó a prestar atención a cada una de ellas y analizar cuál número, le otorgaría respuestas satisfactorias a sus necesidades. Y las tres últimas veces que escuchó el discurso vacío e interminable, fue de manera obligada y tortuosa, ya que olvidaba la opción que creía era la adecuada y tenía que esperar y dudar nuevamente.

Apretar el botón le pareció un avance, en el camino arduo de poder acceder a la añorada, atención al cliente. Sin embargo, lo introdujo a la verdadera agonía del proceso. La musical y eterna espera, por un operador humano, que no era otra cosa que una fina aleación de ineficiencia y lento procesamiento, con una pizca tacaña de paciencia y un diminuto toque de orientación a la satisfacción del usuario.

Por favor, espere un momento.

Eric aguardó.

Una canción moderna comenzó a sonar. Arruinada, al ser reproducida en una calidad dudosa, que la hacía parecer robótica y como si fuese una grabación obtenida desde un teléfono del siglo pasado. Además, lo anterior se veía potenciado, por el volumen atómico con el que se escuchaba, a pesar de intentar regularlo. El resultado final era un ruido ensordecedor, que muy ocasionalmente se asemejaba a alguna tonada, que daba la sensación tímida de haber sido melódica.

Nuestro joven, ya despojado de vitalidad, se enfrentó a la repetición interminable de una secuencia de música, si es que se le pudiese llamar de tal modo, más frases vacías, que no lograban provocar más que hastío.

Su llamada es muy importante para nosotros.

¿Sería cierta, en algún grado, esa afirmación?

¿Alguna vez le irían a contestar la llamada?. Y si lo llegaban a atender, ¿resolverían su inquietud?

Rizos de oro, comenzó a perder la fuerza y el tono de sus músculos. Su voluntad se adormecía, con cada segundo de prolongación, de aquello que le parecía un murmullo lejano e irreal.

De pronto, el cadáver de composición musical, que tanto había persistido, fue cambiado por un brusco silencio.

Eric, se volvió a conectar con la realidad. Listo para escuchar una voz humana tras el teléfono, ser atendido y poder continuar con su agradable plan para el resto de la tarde.

Su llamada es muy importante para nosotros. Se volvió a oír. Y trágicamente, se reanudó un nuevo ciclo de música y mensajes, que para él, ya se concebían como demoníacos.

A nuestro pálido amigo, le extrajeron el alma lentamente.

Por favor, espere un momento.

¿Qué es un momento? Pensó.

Su existencia misma, era un momento en el tiempo universal. Un momento, que no estaba seguro de haber exprimido del todo, para conseguir probar el sabor intenso del elixir de la vida bien vivida.

Eric, arrullado por la monotonía, se sumergía en aguas profundas y desconocidas, de las cuales no estaba seguro de poder salir a flote.

Su llamada es muy importante para nosotros.

¿Qué es importante?

¿Qué es muy importante?

¿Hay diferencias en la importancia de los hechos, las personas, las cosas?

¿Cómo se determina la importancia o la carencia de importancia de un determinado ser? ¿Es un juicio de valor? ¿Es una sentencia? ¿Es una etiqueta que se asume, o se pelea por ella?

Por favor, espere un momento. Y un momento es todo lo que se posee y lo que se puede ser.

Un instante perecedero.

Finitud vacía, solitaria, silenciosa. Ausente de toda virtud y goce. Repetitiva y agotadora.

Eso es lo que había logrado conseguir. Malgastando los respiros, que sin saberlo se le iban descontando.

Nada de lo deseado con desesperación, persistía por más de un instante entre sus manos. Y nada de dolorosamente ganado, le satisfacía.

Su llamada es muy importante para nosotros.

¿Qué importancia tenía él? ¿Qué importancia tenía su vida, entre muchas otras más coloridas y pulidas?

Eric, respiraba agitado, con una sensación punzante en la boca del estómago.

¿Sería posible, que rizos de oro, tomara consciencia de su propia insignificancia?

El tiempo avanzaba, por lo menos en lo que respecta al reflejo de las manecillas de los dos relojes, presentes en aquel hogar. Sin embargo, nuestro joven amigo, se sentía arrastrar con firme insistencia, hacia atrás. Hacia el pasado, hacia la potencialidad absoluta del ser, que creía le habían arrebatado cruelmente.

Pobre e indefenso, Eric, comenzó a retorcer su cuerpo, en la dirección que su procesamiento y su sentir lo llevaban. Encogiéndose, hasta la forma más ínfima que su complexión le permitía.

¿Cuánto tiempo llevaba esperando ser atendido? ¿Cuánto tiempo llevaba, simplemente, esperando?

Gotas de sudor, avanzaban con libertad, por su frente. Mientras, se sumía en las brasas de fuego, que tanto quiso evitar. Y tanto, fue su deseo por evadir la incomodidad tortuosa y persistente del calor, que había distorsionado su vida, en torno a la consecución de un bien. Un bien que lo motivó a levantarse en las mañanas y que su mente enalteció a tal punto, que se convirtió en una idealización.

Todo hubiese seguido un alegre curso, si no hubiese sido por aquella manguera.

¿Y qué tenía ahora?

Nada.

Su único gran logro. Su única motivación los días previos. Su único sueño. En todo eso, se tradujo el aparato blanco, que parecía contemplarlo, apagado, en una esquina.

Fuera de lo anterior, rizos de oro, no poseía motivo, ni ataduras, para continuar cabalgando la montura gris de su vida. Y darse cuenta de ello, era el dolor más desesperante y puntiagudo, que no hubiese podido jamás experimentar en la más oscura pesadilla, porque, a pesar de aquella revelación no deseada, y propiciada por él mismo, Eric, no quería abandonar tan triste existencia.

Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarlo?

Como una inmensa ola, de un mar feroz, el entramado de turbaciones de nuestro joven amigo, retrocedió con violencia, en una explosión interna imperceptible, borrando las huellas de su presencia, hasta transformarse en una sombra de un recuerdo, de una sensación desagradable.

Eric, levantó la cabeza. Se enderezó y se apresuró a entablar una breve conversación. Con la esperanza de poder disfrutar de su asombrosa adquisición, sin mayores obstáculos.

Su vida era maravillosa. Tenía un aire acondicionado, allí, en la esquina de la habitación. Y eso, era todo lo que importaba.

Siguiente Entrada

Anterior Entrada

Dejar una respuesta

© 2024 El Blog de alukini

Tema de Anders Norén