El Blog de alukini

Proyecto de Escritora

Cabeza de Nube

Por las tardes, tras tomar el té, le gustaba leer un buen libro.

Durante años leyeron uno junto al otro, sentados cerca de la chimenea, arropados en la cama o tomando el sol en el jardín. Y fueron tan profundos esos años, que el sentimiento de sentirse acompañado y en su hogar, perduraba al sumergirse en las páginas de un nuevo escrito, aún ahora que se encontraba solo.

Fue durante la primavera, que decidió aventurarse al parque, a llevar su misma rutina, pero cambiar algo el escenario.

Le encantaba la brisa, la fuerza que tomaban los rayos del sol y el sonido de los árboles, cantando canciones de antaño. Así que, lo que comenzó como una inocente experimentación, terminó siendo su nueva y más significativa costumbre.

Se estiraba con gran dificultad por las mañanas, esforzándose por mantener activo su cuerpo y alargar esos músculos, que luchaban con él por encogerse.

Desayunaba dichoso. Leía el diario en justa medida, lo suficiente para informarse de la actualidad y para conservar su serenidad.

Los almuerzos, persistían siendo un desafío para él. Debían ser equilibrados, aportarle valor nutritivo, ser sabrosos y fáciles de preparar, o al menos, logrables con sus conocimientos de cocina; que eran escasos, debido al tipo de crianza que tuvo y que mantuvo su esposa.

Su punto a favor, era que creía, que nunca era demasiado tarde para aprender.

Finalmente, llegaba su momento favorito del día, dirigirse al parque, tras haber tomado el té, y acomodarse a leer el libro que lo tuviese cautivado en aquel período.

Se sentaba en el césped. A veces directamente sobre él, a veces sobre una manta ligera de algodón.

Con admirable disciplina, llevaba a cabo la sagrada rutina de su vida. Hasta en los días más fríos de invierno, donde cambiaba el césped por una banca de madera y solamente haciendo la excepción, cuando llovía. Ocasión en la que se le podía hallar, muy cercano a la chimenea.

El ciclo de cambios transcurrió una y otra vez. El césped se volvió un tejido de flores, el sol calentó la tierra, las hojas se colorearon y un manto de agua se esparció.

De repente, como por arte de magia, la primavera regresaba a su reinado.

En esta temporada, se encontraba leyendo un libro que hablaba de castillos, caballeros de armadura y dragones. Con una combinación de drama, amistad, lealtad, conspiración, acción y romance.

Iba en el capítulo siete, de un total de veintiocho, cuando percibió una ligera presión en su rodilla derecha.

Sin prestarle importancia, continuó avanzando en su capítulo, pensando que en un par de minutos se levantaría y estiraría las piernas, ya que probablemente se le dormirían si insistía en estar arrodillado por mucho tiempo más. Sin embargo, la presión en su rodilla volvió a hacerse presente, con mayor intensidad esta vez, por lo que su instinto y curiosidad humana, lo obligaron a mirar.

Dejó el libro a un lado y se encontró con un par de ojos.

Una niña pequeña, sentada en el pasto frente a él, lo contemplaba con atención.

No fue hasta que sus miradas se encontraron, que ella le dirigió la palabra.

– ¿Crees que tu nube quiera regresar con las otras?

– ¿Qué nube? …-Preguntó él, intrigado.

Su adorable interlocutora, elevó su mano y apuntó con decisión.

-La nube en tu cabeza, ¿crees que extrañe estar en el cielo?

No sabía muy bien qué responder. No solamente por la extraña materia en cuestión. Sino, porque había transcurrido bastante tiempo sin que hubiese conversado con alguien distinto a sí mismo, la memoria de su amada, o alguna historia plasmada en papel.

Finalmente, se aventuró.

-…No lo sé… ¿Qué piensas tú?

-Creo que le gusta la vista desde aquí, porque está suficientemente cerca del cielo y del suelo a la vez

– ¿Entonces, crees que quiere quedarse? -Prosiguió.

– Sí, creo que está feliz contigo

-Muchas gracias por comentármelo, jovencita

-De nada -Respondió ella, sonriente. Para posteriormente, retirarse hacia otro sector del parque.

Tras aquel encuentro, se le hizo difícil retomar la lectura, como también, el dejar de sonreír. Pero una vez que logró reconectarse a la trama, nada volvió a detenerlo.

Su libro avanzaba a gran velocidad, cada tarde parecía más atrapante, brindándole múltiples emociones. Haciendo que especulara acerca de los siguientes acontecimientos y que temiera, la posibilidad de ciertos desenlaces.

Una tarde cualquiera, como las otras tantas que albergaba en su piel, se encontraba absorto en su lectura. Inserto, en medio de una batalla trascendental y de proporciones épicas, cuando fue interrumpido por una voz familiar.

-Hola

Era la curiosa niña, con la que había dialogado, brevemente, hace unos días.

-Hola, pequeña

– ¿Cómo está tu nube hoy? -Inquirió, muy seriamente, para la clase de pregunta que estaba realizando.

-Se encuentra muy bien, muchas gracias por preocuparte. ¿Cómo te encuentras tú?

-Muy bien, también. Gracias. Creo que tu nube sigue feliz, porque baila bonito al viento

Efectivamente, su cabello blanco, danzaba de un lado al otro, con la brisa que corría aquel día.

Transcurrieron unos segundos, cuando ocurrió un maravilloso evento. La madre de la pequeña, apareció en escena.

-Aquí está mi guerrera favorita. Dejaste tu espada olvidada más atrás, pero tranquila, te la he traído intacta, para que puedas defendernos a todos

La niña recibió honrada y entusiasta, su dorada espada de plástico y comenzó a saltar alrededor de los dos adultos.

La madre de la pequeña, que se presentó a sí misma como, Andrea. Le preguntó su nombre a nuestro querido lector empedernido, quien no pudo dar respuesta, debido a ser interrumpido por la guerrera allí presente.

-Él es Cabeza de nube, mamá. Es mi nuevo amigo.

– ¿Cabeza de nube? -Repitió atónita Andrea, buscando con su mirada, disculparse por el peculiar bautizo efectuado por su hija.

-No hay por qué preocuparse -Aseguró él, con tranquilidad, para posteriormente susurrarle su verdadero nombre, a la madre de la pequeña.

El resto de la tarde, los tres compartieron a gusto, entre risas y dulces miradas. Comieron los pasteles que había empacado, Andrea. Y al empezar a oscurecer, se despidieron cariñosamente.

Cuando nuestro protagonista de llamativo cabello blanco, finalmente llegó a su hogar, se sentía agradecido y sorprendido con la vida. Había tenido una tarde memorable. Divertida, inesperada y diferente, en casi todo aspecto a lo que acostumbraba a experimentar últimamente.

El libro se encontraba atrapado en el octavo capítulo, tras el término de aquel día. Y fueron necesarias más tardes de las que normalmente hubiese precisado, para finalmente poder cerrar conforme aquella historia y darle el paso, a la siguiente aventura literaria.

Su retraso en el itinerario inexistente de lectura, no se debía a una disminución de sus capacidades, ni mucho menos a una falta de motivación. La causa se hallaba en la mayor frecuencia con la que las reuniones con Andrea y su hija, se iban sucediendo. Y, por lo tanto, implicaba más tiempo de interlocución y socialización, que únicamente la ocurrencia de una lectura ininterrumpida, concentrada y silenciosa.

Jamás hubiese imaginado que, tras la partida de su compañera de vida, habría innovado en algún aspecto de su vida o su persona. Pero, esta nueva amistad que forjaba, había implicado que las idas al parque no fuesen solamente tardes de lectura, tras haber tomado el té. Sino que muchísimo más.

Probablemente, fue incapaz de notar la forma y el momento, en que surgieron detalles y cambios importantes, asociados a la adopción de un nuevo par de amigas. Pero, que no los notara, no los hizo menos relevantes ni llamativos.

En las mañanas, se esmeraba especialmente en elongar cada centímetro de su cuerpo, haciendo incluso, algo de ejercicio previamente. Puesto que, era un hecho, que su compañera de juego no le daría tregua.

Preparar los almuerzos se tornó en toda una experiencia de disfrute y exploración, gracias a los consejos de Andrea, y a la instancia de conversar acerca de las recetas que estaban poniendo a prueba o la manera de integrar sabores y texturas distintas, a preparaciones ya conocidas.

La hora del té, se transformó en el acto de beber rápidamente aquel líquido caliente, para no llegar atrasado a su cita. Y sin azúcar alguna, sabiendo que lo esperaba una degustación de las más variadas preparaciones dulces y jugosas frutas, que siempre proveía la madre de Amelia.

Amelia, quien en algún momento no fue nada más, que una pequeña niña, extraña y curiosa, que no dejaba de observar su cabello. Y, con quien actualmente, compartía un profundo vínculo.

La diferencia de edad, lejos que distanciarlos, parecía equipararlos.

Veían el mundo con ilusión, con una atención al detalle que envidiaría el más notable cirujano. Se posicionaban tan centrados en el presente, que el tiempo les parecía eterno. Y se apreciaban enormemente, sin ningún temor ni atadura, por lo que gozaban de la invaluable confianza de saberse queridos y saber que a quienes estimaban, los valoraba más que a cualquier cosa, que el universo pudiese ofrecerles a cambio.

A pesar de lo simple que fue formar un lazo tan puro, para estas tres personas, no todo fue miel sobre hojuelas.

Un día en que Andrea tenía una importante reunión de trabajo, que le implicaba un viaje interurbano a media tarde, con un retorno a mediados de la noche. La vida, con su imprevisibilidad, la atacó personalmente.

La mujer de confianza, que cuidaba de manera intermitente a Amelia, sufrió ese mismo día, poco rato antes de que alcanzara a llegar a su destino, un accidente de tránsito. Ella estaba bien, pero con un par de fracturas, necesidad de vigilancia de su evolución y por lo tanto, hospitalizada.

Andrea, no tenía amigos a quienes les encargaría ciegamente el cuidado de su hija. No tenía contacto con los abuelos paternos de Amelia, desde que la culparon de no haber visto más a su hijo, en nada menos que la ceremonia fúnebre de este. Y sus padres, la habían dejado varios años antes de que su pareja, también lo hiciese.

Secundario a lo anterior, Andrea contaba con dos opciones: no ir a su reunión y perder su trabajo; o dejar sola a su hija en casa, exponiéndola a quién sabe qué y haciéndola soportar una tarde desagradable de soledad y responsabilidad obligada, que era incapaz y poco merecedora, de tomar todavía.

Pasaron unos segundos y logró dilucidar, una tercera y maravillosa opción. Le pediría ayuda a Ramiro, más conocido por nosotros, como Cabeza de Nube.

Así, avanzó la tarde y Amelia se quedó en casa, junto a su adorado amigo. Sin embargo, esto no les agradó a varios vecinos, cuyos ojos ocultos en la distancia y el anonimato, vigilaban desde hace un tiempo, la peculiar amistad, del trío ya conocido.

De todos estos ojos, sedientos por enjuiciar y castigar, solamente una señora de alrededor de unos cincuenta años, se decidió a intervenir. Caminó impaciente hasta el umbral de la puerta y llamó a esta con tal fuerza, que pareció transmitir la intención, nada sutil, de querer derribarla.

Ramiro atendió, con su habitual formalidad y caballerosidad, recibiendo las siguientes palabras, por parte de la vecina:

– ¿Qué le estás haciendo a la pobre niña?

Y antes de que siquiera, supiese que responder, Amelia, se asomó con determinación.

-Ramiro es mi amigo, señora. Y si usted no se va, tendré que pedirle a él, que por favor llame a la policía. Porque, me está molestando y asustando.

Aquel bautizado como Cabeza de nube, persistía sin saber que decir, mientras que la vecina, se marchaba por donde había venido, llena de indignación y un intenso repudio.

El hombre de edad avanzada, cuyo cabello blanco destacaba en la distancia, todavía procesaba a fuego lento, la ferocidad de las acusaciones implícitas, en el cuestionamiento de la vecina. Sin embargo, entendía de donde se originaban.

Comprendía que el mundo, con especial mención al universo masculino; era violento, injusto y amenazante para mujeres, y marcadamente para las niñas. Pero, a pesar de entender, le dolía profundamente que aquellas conjeturas hubiesen sido siquiera imaginadas por alguien, en su contra.

La vecina jamás hubiese podido revelar los sucesos, que ocurrieron en aquella casa, durante la tarde y parte de la noche.

Primero, Ramiro había combatido sin descanso, contra una pirata muy cruel y traicionera. Después, habían pasado bastante tiempo, buscando palabras en un diario, que habían girado, para otorgar la ilusión de leerlo de cabeza. Más tarde, el chef más experimentado de la ciudad, le preparó una cena extravagante y muy sabrosa, a la actriz más famosa a nivel mundial. Luego, Ramiro le ayudó a su amiga a escoger su pijama. Amelia se cambió y tras un instante, su amigo le enseñó la valiosa lección de distinguir el derecho y el revés de las prendas, involucrando la magia de las costuras y la revelación, de la existencia de las etiquetas.

Para cuando Andrea volvió a su hogar, Amelia dormía, muy bien arropada en su cama y Ramiro, dormía con el rostro cubierto por su libro de turno, no pudiendo asegurarse si incómoda o cómodamente, en el sillón de la sala.

Otras tantas acusaciones fueron apareciendo con el paso del tiempo. Tan variadas, como quienes las vociferaban. Incluían, tanto el motivo del interés del dinero y herencia de Ramiro, como la violencia permitida hacia Amelia, por parte de su madre, y por supuesto, la presencia de drogas ilícitas.

Sin importar las dificultades, las miradas hostiles y las mentes áridas, que los enjuiciaron, la amistad perduró.

El cariño y la preocupación honesta, se multiplicaron. Las tardes juntos, compartiendo en el parque o en alguna de las dos viviendas, fueron innumerables.

Se apoyaron en los momentos complejos. Celebraron las alegrías. Aprendieron de los otros, lo que desinteresadamente quisieron enseñar y lo tan valioso, que no sabían que estaban enseñando. Se llenaron de recuerdos, de risas, cantos y cuentos.

Estuvieron juntos, hasta en los últimos días de Ramiro. Y, madre e hija, abrazaron fuertemente su cuerpo, sin poder contener las lágrimas, la noche en que, tras despedirse, partió.

Después de la muerte, de Cabeza de nube, la relación no acabó. Las dos seguían recordándolo, reviviendo sus anécdotas, sus aventuras juntos.

Sagradamente, acudían al cementerio, dos veces al mes y se aseguraban de mantener siempre bello, adornando con sus flores favoritas.

Consistentemente, se les podía divisar cada tarde en el parque, compartiendo un libro y dulces pasteles. Y cuando Amelia, se convirtió en una adolescente, lo único que Andrea nunca supo de ella, fue que, en algunas ocasiones, tras el término de su jornada en la escuela, se dirigía al cementerio. Se sentaba, frente al recuerdo de Ramiro, y leía fragmentos de algún libro nuevo. Solamente, si se encontraba totalmente convencida, de que aquel escrito, hubiese sido del agrado de su querido amigo.

Las especulaciones y habladurías, también persistieron tras el deceso de Ramiro, agudizándose con énfasis, cuando se supo que él les había dejado todas sus posesiones. Y que éstas, a su vez, no eran escasas.

Las conspiraciones acerca de la naturaleza de la relación de aquella triada, fueron incesantes. Se mantuvieron por años y trascendieron generaciones. Pero, ninguna persona logró llegar a la palabra que verdaderamente, representaba todo aquello, que los tres amigos fueron y seguirían siendo: Familia.

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